Marcos estaba realmente apurado. Media horas antes había recibido la llamada de su mujer confirmándole que el trabajo de parto había comenzado. Afortunadamente había salido en auto esa mañana y podía regresar a casa sin depender de los paupérrimos medios de transporte de su ciudad. Pese a esa ventaja, en el trabajo lo retuvieron más de quince minutos entre abrazos, felicitaciones y sinceras lágrimas de felicidad. Llevaba años trabajando en la empresa, en un sector donde quince empleados formaban la planta estable desde hacía lustros. Se tenían real afecto, se consideraban amigos y solían visitarse en familia durante los fines de semana. La búsqueda del segundo hijo, en el matrimonio de Marcos, se había complicado bastante, y la llegada del nuevo niño tenía a todos emocionados. Consiguió desprenderse del último compañero y emprendió el camino de regreso. Una vez al volante, entre el apuro y la excitación por el nuevo nacimiento, aceleraba el auto más de lo debido. Estaba impaciente porque no sabía cuánto podría haber impacientado a su mujer la demora, ni si llegaría a tiempo para auxiliarla llevándola a la clínica, donde tenían reservada una habitación. Comenzó a sonar en el asiento del acompañante una melodía romántica: era su mujer llamando al celular. Con nerviosismo se puso a hurgar en el saco en busca de su teléfono. La suma de tantas distracciones hizo que realizara una pésima maniobra llevando a que el auto que venía detrás quedara ensartado en un colectivo de media distancia. Marcos ni lo notó, ocupado como estaba hablando por teléfono, y siguió su camino.
Ludmila tenía ese día una clase de economía aplicada en la universidad donde estudiaba. Como cada vez que tocaba esa clase, tenía un gran interés por llegar a horario pues le entusiasmaban fervientemente el tema y su compañero de estudios. Hoy se demoró más de lo usual en elegir la ropa porque el cielo dudaba entre descomponerse del todo o recomponerse con sol violento. Cuando estuvo lista salió a la calle y tomó el primer taxi que encontró. Faltando diez minutos para llegar a la facultad encontró el tránsito frenado con una fila de dos cuadras iniciada en una bocacalle atravesada por un micro. De manera tan espontánea como incomprensible se le vinieron a la mente las noticias que leyera de adolescente sobre los carteles de narcotráfico colombianos que generaban congestionamientos de tránsito para secuestrar personas. Comenzó a sudar de miedo.
viernes, 25 de septiembre de 2009
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