viernes, 25 de septiembre de 2009

embotellamiento

Marcos estaba realmente apurado. Media horas antes había recibido la llamada de su mujer confirmándole que el trabajo de parto había comenzado. Afortunadamente había salido en auto esa mañana y podía regresar a casa sin depender de los paupérrimos medios de transporte de su ciudad. Pese a esa ventaja, en el trabajo lo retuvieron más de quince minutos entre abrazos, felicitaciones y sinceras lágrimas de felicidad. Llevaba años trabajando en la empresa, en un sector donde quince empleados formaban la planta estable desde hacía lustros. Se tenían real afecto, se consideraban amigos y solían visitarse en familia durante los fines de semana. La búsqueda del segundo hijo, en el matrimonio de Marcos, se había complicado bastante, y la llegada del nuevo niño tenía a todos emocionados. Consiguió desprenderse del último compañero y emprendió el camino de regreso. Una vez al volante, entre el apuro y la excitación por el nuevo nacimiento, aceleraba el auto más de lo debido. Estaba impaciente porque no sabía cuánto podría haber impacientado a su mujer la demora, ni si llegaría a tiempo para auxiliarla llevándola a la clínica, donde tenían reservada una habitación. Comenzó a sonar en el asiento del acompañante una melodía romántica: era su mujer llamando al celular. Con nerviosismo se puso a hurgar en el saco en busca de su teléfono. La suma de tantas distracciones hizo que realizara una pésima maniobra llevando a que el auto que venía detrás quedara ensartado en un colectivo de media distancia. Marcos ni lo notó, ocupado como estaba hablando por teléfono, y siguió su camino.

Ludmila tenía ese día una clase de economía aplicada en la universidad donde estudiaba. Como cada vez que tocaba esa clase, tenía un gran interés por llegar a horario pues le entusiasmaban fervientemente el tema y su compañero de estudios. Hoy se demoró más de lo usual en elegir la ropa porque el cielo dudaba entre descomponerse del todo o recomponerse con sol violento. Cuando estuvo lista salió a la calle y tomó el primer taxi que encontró. Faltando diez minutos para llegar a la facultad encontró el tránsito frenado con una fila de dos cuadras iniciada en una bocacalle atravesada por un micro. De manera tan espontánea como incomprensible se le vinieron a la mente las noticias que leyera de adolescente sobre los carteles de narcotráfico colombianos que generaban congestionamientos de tránsito para secuestrar personas. Comenzó a sudar de miedo.

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